Todos los niños tienen derecho a ser hijos

Todos los niños tienen derecho a ser hijos. Si eso fuera cierto, no habría un bolerito de 16 años pidiendo un taco porque se moría de hambre.
Eran las tres de la mañana de un miércoles, cuando se acercó a la mesa donde nos servían menudo en el restaurante Lido para preguntar si alguien quería grasa. Mi amigo Juan Carlos, acomodó de inmediato las piernas para que le dejara sus zapatos o botas, no recuerdo, como nuevos. Luego siguió Connie.
Mientras platicábamos sobre no se cuántas cosas, veía su mirada recorriéndonos, con esos ojos hundidos que le quedaban perfectos a su rostro flaco.
Algo de él me llamaba la atención, tal vez su parecido a mi hermano Jesús, quien de adolescente, así, espigado, comía a escondidas en la escalera de la casa para que mi abuelita no lo regañara. Siempre lo agarraba de su puerquito.
Era eso o tal vez el desamparo de un escuincle que si fuera hijo como dice la frase, no andaría chambeando en la calle a esa hora, con la panza vacía. No, él tendría derecho a una cama caliente, a los brazos amorosos de sus padres y a la ilusión de crecer para vivir una realidad diferente a la que está destinada para los niños de la calle, para los olvidados, para los abandonados, para los invisibles.

-Listo patrón!!!

-Quedaron como nuevos, le contestó Juan Carlos, quien no dejaba de caminar para que le viéramos sus zapatos.

Mi amigo sacó un billete, le pagó y le preguntó si quería algo de comer

-Puuus unas quesadillas, me muero de hambre!!!

De inmediato dejó el cajón y se sentó a la mesa. Agarró el chile de tomate, los totopos y los frijoles mientras llegaba su órden. Se comió sus tres quesadillas, dió las gracias y se fue. No supimos su nombre porque nadie preguntó.
Apenas salíamos del restaurante cuando se acercó una mujer mientras nos tomábamos fotografías. Su delgadez me impresionó, antes de que lo dijera su pañoleta en la cabeza nos decía que tenía cáncer. Tendría, no se, alrededor de 25 o 30 años.

-Tengo cáncer, vendo pulseras tejidas para mantener a mi hijo, cuestan diez pesos

Juan Carlos nos pidió a Sonia, a Vero, a Connie y mi que tomáramos una. El las invitaba. Nos la repartimos por color. La roja para la pasión, la amarilla para el trabajo y la negra, creo que para el amor. Extraño color para el amor, tal vez esté equivocada y sea para otra cosa.

-Mi hijo me ayuda a hacerles los nudos...fue lo que dijo antes de irse contenta por haber terminado, pasadas las tres de la mañana, sus pulseras de hilo. Tampoco supimos su nombre, nadie le preguntó.
Esa madrugada me hizo pensar que aunque tengan derecho, no todos los niños son hijos. Esa madrugada me enseñó que aunque tengan derecho a ser madres, no todas tienen las condiciones para serlo...esa madrugada me recordó, que mientras la mayoría duerme, hay un ejército de personas que apenas sobrevive, pero que para nuestros ojos, lamentablemente, es invisible.

Por Gricelda Torres Zambrano

Nota: El abandono es la cuarta emergencia humanitaria en el mundo
Todo niño tiene derecho a ser amado

Las mamás no deberían de morir

Le escuché esta frase a una de mis compañeras.
Mientras revisaba el periódico y tomaba mi segundo café de la mañana, en la sala de redacción se discutía cómo cambia la vida de una familia cuando la madre falta.
La historia de Martha, una joven mujer que murió de cáncer sirvió de ejemplo para reforzar la idea. Ella falleció dejando en la orfandad a sus tres hijos, en tanto, su esposo, tal vez asustado por la responsabilidad de criarlos solo, decidió irse a Estados Unidos. Los niños, quedaron a cargo de una tía imposibilitada por la naturaleza para tener descendencia. Hoy recibía la oportunidad de tener su propia familia.
La frase rebotó en mi cabeza durante días, hasta que llegó otro nombre, con otro rostro y otras circunstancias.
Ofelia de 43 años fue vencida por un problema hepático, pero en su despedida por la comunidad del Colegio Anáhuac Chapalita, recibió todo el cariño que sembró durante años. Era una madre entregada, fuerte, valiente y cuidadosa de que sus tres pequeños cumplieran sus sueños, fueran felices y disfrutaran cada una de sus etapas en la escuela. Todos la recuerdan con cariño, pero solo ellos saben cuánto les hará falta. En las prácticas de futbol, en los cumpleaños, las graduaciones, los primeros novios y las bodas.
Mi hija me platicaba lo hermoso que estuvo la misa de cuerpo presente en el auditorio del colegio cuando la interrumpí

-Como dice mi compañera...Las mamás no deberían de morir

Ella volteó y de inmediato me replicó

-Y porqué los papás sí?

Tenía razón, hace casi seis años la muerte de Héctor nos cambió la vida. El fue para mi un gran hombre, un esposo maravilloso, un caballero, un periodista íntegro, pero para Ale, era más que su papá. Su cómplice, su protector, su héroe. Gracias a él quiere ser cineasta. Adora y sigue las producciones de Tim Burton, lo recuerda cada vez que pasa por un Office Depot donde le compraba plumas, colores, libretas y borradores. No se olvida que El espantatiburones fue la última película que vieron juntos. Solo ella sabe, como muchos otros niños, lo que puede hacer falta un papá

-Tienes razón Alejandra, los papás buenos como el tuyo, tampoco deberían morir.

Por Gricelda Torres Zambrano